Resulta esperpéntico que uno de los hechos más luctuosos y sanguinarios de la historia de Cuba se haya convertido en fiesta pachanguera. La repetición de la mentira, verdades escamoteadas o borradas de la conciencia a base de martillarse una fábula heróica han creado en el imaginario popular, y no sólo en el cubano, la idea de una gran gesta que no fue más que una acción de propaganda, de exaltación egocéntrica del gánster estudiantil Fidel Castro, quien fracasó en liderar cualquier grupo de “tiratiros” que pululaban en aquellos tiempos por la Universidad de La Habana, fracasó en obtener un liderazgo oficial dentro de la alta casa de estudios, y quien, a afectos del golpe de Estado de Batista, fracasó en obtener posiblemente un curul por el Partido Ortodoxo en las elecciones de junio del 52. Batista le sobrevino con su arribazón militar tres meses antes. Castro, ávido de gloria y carente de fundamento democrático, buscaba en el poder (y de ser posible, supremo y perpetuo), la canalización de una personalida psicosociopática que para nada está reñida con el intelecto. Sin embargo, su histrionismo de “político sin plataforma y abogado sin cliente” lo llevaría a copiar sucesos históricos, como la Marcha de las Antorchas de Mussolini, el J’Accuse de Emile Zola, el putsch de Munich y la plataforma política Mein Kampf de Hitler e, incluso, el alegato final que éste pronunció en el el juicio por el putsch, que decía : “...podéis pronunciarnos culpables miles de veces, pero la Diosa que preside el Tribunal Eterno de la Historia con una sonrisa hará trizas la acusación de la fiscalia y el veredicto de este tribunal. Por lo que ella nos absuelve”
Fidel Castro necesitaba la ocasión perfecta para derivarse en opción viable contra el gobierno golpista de Batista y así añadirse adeptos por conveniencia o por convicción y quienes, como escribiría ya luego en prisión, serían aplastados como cucarachas en un futuro gobierno. No cabe aquí analizar el golpe, sino tocar de pasada una de sus graves consecuencias: el ataque al Cuartel Moncada. La opción de un golpe militar, alzamiento, o como se quiera llamar, estaba en boca de todos los que sentían algún descontento. El profesor de filosofía de la Universidad de La Habana Rafael García-Bárcenas sería arrestado a principios de abril de 1953 junto a cuarenta y tantos acólitos por intentar apoderse del Campamento de Columbia (hoy Ciudad Libertad), plan que lo sabía “hasta el gato” y a pesar de que Castro, en un encuentro con Bárcenas días antes, aparte de negarse a integrar su grupo, le aconsejó...discreción!. Una vez reforzada la guarnición de Columbia, Castro pretende algo en Pinar del Rio pero la cercanía con La Habana le hace cambiar de parecer y escoge al Cuarte Moncada. Necesitaba un golpe de efecto donde la sangre corriera, cualquiera menos la suya. Para ello recluta a unas 160 personas, la gran mayoría de Pinar del Río y La Habana, muchas de estratos bajos de la sociedad, desempleadas o fáciles de manipular. Se compraron armas y se entrenó al personal (en realidad, no a todos) en la mayor discreción; incluso, algunos de los participantes sólo vieron a Castro una vez antes de estar reunidos en la granja Siboney, en Santiago de Cuba. Para el ataque, Castro había previsto arroparse con uniformes militares y así aprovechar la confusión.
El ambiente nacional estaba muy caldeado políticamente. En junio 2 se habia firmado el llamado Pacto de Montreal, y se manejaba por varios grupos políticos una insurreción y/o invasión para derribar a Batista. Se dan instrucciones por parte del gobierno de reforzar todas las guarniciones del país e incluso el periódico Tiempo, de Rolando Mansferrer, comentó el citado dia que se esperaba para mediados de julio una intentona anti-Batista. Castro no estaba ajeno a éstas noticias y veía languidecer sus espectativas de figurar en la historia si no acometía con prontitud su macabro plan. Para el 24 de julio, Castro se reúne con algunos jefes de las células conspirativas en La Habana y les comunica que se desplazarían a Santiago de Cuba, sin detallar el plan final. Algunos creían, como Juan Almeida, que era como “unas vacaciones a los carnavales de Santiago como recompensa a los agotadores entrenamientos”. La sorpresa alcanzó incluso a Raúl Castro, a quien su hermano no había hecho partícipe de nada y por carambola iría a Santiago en tren, a pedido de su amigo Jose Luis Tassende y para ayudar con tres maletas pesadas que Mario Chánes de Armas debía trasladar y cuyo contacto no llegó para acompañarle. Ya en marcha, Raúl es informado por Tassende de la operación, y según sus propias palabras, “se le paralizó el estómago, perdió el apetito y empezó a preocuparse mucho, pues conocía lo difícil del objetivo, por haber estudiado en la ciudad por varios años”.
El cuartel Moncada se refuerza el dia 25 de julio, previendo un ataque sorpresa por elementos vestidos de atuendos carnavalescos. Ya tarde en la noche casi todos los futuros asaltantes se encontraban reunidos en la granja Siboney y quedaron casi todos despiertos durante las siguientes horas, ya por el excesivo calor, ya por la tensión del momento. Castro seguía ultimando su plan, saliendo de madrugada a encontrarse con Luis Conte Agüero para que arengara al pueblo al levantamiento por la radio, pero Conte estaba en La Habana. De vuelta a la granja, a eso de las cuatro de la madrugada del día 26, Castro ordena ponerse listos e informa de los planes de entrar al Moncada “posiblemente sin disparar un tiro, porque sería por sorpresa”. Muchos se sorprendieron, asi también el pánico corrió cuando ninguno recibió más de 20 balas para disparar, ya sea fusiles viejos o pistolas. Otros iban a disparar por primera vez. El líder, con su verborrea recurrente, aplacaba los ánimos diciendo que contaba con apoyo aéreo desde Camaguey, que la Marina eventualmente se sumaría a la insurrección, así como el pueblo de Santiago, todo Oriente y acabarían con Batista y que las armas sería cuestión de minutos, el entrar al Moncada y tomarlas. Pero no todos confiaban y algunos se negaron a tomar acción. A las cinco se empieza la salida de la granja rumbo a Santiago, para atacar el Moncada, ocupar el Hospital Civil y el Palacio de Justicia.
Casualmente, no todos llegan a su destino. Montané Oropesa se queda rezagado porque pincha una rueda, el grupo de Tizol “se pierde” a pesar de que éste conocía bien la ciudad y fue el encargado de rentar la granja Siboney. El ataque se produce pero el factor sorpresa se disuelve desde el mismísimo principio. El grupo de Renato Guitart, que logró entrar, se perdió en su búsqueda de la armería y fueron ultimados. Castro, al verse en medio de fuego intenso, ordena la retirada. Su hermano, que estaba en el Palacio de Justicia, no dispara ni un tiro y tambien sale huyendo. En medio de la confusión se disparan entre ellos, resultando algunos heridos. Todo duró 20 minutos. A los que fueron hechos prisioneros en ese momento, se les ejecutó dentro del cuartel por orden de Río Chaviano. Sin embargo, ha sido una fábula el tema de las torturas. Ningún cuerpo apreció señales de este tipo. De hecho, no se han presentado ni fotos ni documentos que avalen esta teoría a través de todos estos años.
Lo demás es historia. Una historia troceada, mitificada y más manoseada quea una puta barriobajera. Alrededor de un tercio de los asaltantes luegon pasarían a disentir de Castro, pasando por sus cárceles o huyendo al exilio. Se magnificó al personaje por parte de los políticos abyectos de turno que creyeron poder utilizarle, por la prensa y por todos los que en el mundo veían con romanticismo a este “insurrecto bananero”. Todos menos los comunistas, quienes tenían directrices de Moscú de entrar en política por la via democrática y que rechazaron tajantemente el suceso. Aquí nace la historiografía horrenda de un hombre, que sin tampoco disparar un tiro, lleva a la muerte con mentiras y por convencimiento a decenas de jóvenes, en una ciudad que les era ajena, en un plan que les fue escondido hasta el último momento. Ha sido tan pérfida la megalomanía que apenas se reconoce por la historia oficial que, mientras el cuartel Moncada era atacado, otro grupo hacía lo mismo con el cuartel de Bayamo.
Luego vendría el fraude del juicio aparte a Fidel Castro, su supuesta defensa recogida posteriormente en un libro y su “horrorosa prisión” en Isla de Pinos, vistiendo con traje, comiendo de todo y leyendo lo que le daba la gana. Pocos meses después sería amnistiado por Batista.Patético que una fecha tan triste, que llenó de luto tantos hogares, se le recuerda con alegría y con exaltación al traidor y embustero barbudo. Engañó a esos hombres hace casi 70 años y lo siguió haciendo, a todo el mundo, toda su vida. De aquel “fuego revolucionario” salió las cenizas que hoy enlodan a Cuba. No hay más milagro que sacudirse, al precio que sea necesario y por los medios que sean menester, o arrastrar la pesada losa de la cobardía, encofrado perfecto en el que se edifican las dictaduras.
NB - Originalmente publicado como una nota en Facebook el 26 de julio de 2013, corregida y actualizada para este blog.