N.Y.
Distinguido General y amigo:
Salí en la mañana del sábado de la casa
de Vd. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos
días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me
inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo
celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas,-sino
obra de meditación madura:-¡qué pena me da tener que decir estas cosas a
un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades
notables para llegar a ser verdaderamente grande!- Pero hay algo que está
por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y
hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no
contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo
la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que
sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora
soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado
por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y
legitimado por el triunfo.
Un pueblo no se funda, General, como se
manda un campamento:-y cuando en los trabajos preparatorios de una
revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el
deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y
elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del
espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a
cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y
de guerra que levante este espíritu a los propósitos cautelosos y
personales de los jefes justamente afamados que se presentan a
capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades
públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor
respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y
modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de
un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con
el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la
guerra a un pueblo para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron
Vds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a
perderla en otra?-Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos
prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con
mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria:-y a ese
espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto
público y privado, el más profundo respeto;-porque tal como es
admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el
que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de
gloria o de poder, aunque por ellas exponga la vida.-El dar la vida
sólo constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente.
Ya lo veo a Vd. afligido, porque
entiendo que Vd. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de
veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro,
es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la
mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso
que, a despecho de toda consideración de orden secundario, la verdad
adusta, que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que
considere un peligro, y ponga en su puesto las cosas graves, antes de
que lleven ya un camino tan adelantado que no tengan remedio.-Domine
Vd., Gral., esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y disgusto
con que oí un inoportuno arranque de Vd., y una curiosa conversación que
provocó a propósito de él el Gral. Maceo, en la que quiso-¡locura
mayor!-darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como
una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner pensamiento
ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la
quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos.-No: no por
Dios!:-¡pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse, como se
verán Vds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con
todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de
alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor
desprendimiento e inteligencia.
A una guerra, emprendida en obediencia a
los mandatos del país, en consulta con los representantes de sus
intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda
lograrse;-a una guerra así, que venía yo creyendo-porque así se la pinté
en una carta mía de hace tres años que tuvo de Vd. hermosa respuesta-
que era la que Vd. ahora se ofrecía a dirigir;-a una guerra así el alma
entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo;-pero a lo que en
aquella conversación se me dio a entender; a una aventura personal,
emprendida hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos
particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas
que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa
privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite,
que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia
aconseja, para atraerse las personas o los elementos que pueden ser de
utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas, por más que fuese
brillante y grandiosa, y haya de ser coronada con el éxito,- y sea
personalmente honrado el que la capitanee;-a una campaña que no dé desde
su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación,
muestras de que se la intenta como un servicio al país, y no como una
invasión despótica;-a una tentativa armada que no vaya pública,
declarada, sincera y únicamente movida del propósito de poner a su
remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las
libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines,
cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito-y no se me
oculta que tendría hoy muchas-no prestaré yo jamás mi apoyo.-Valga mi apoyo lo que
valga, -y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser
absolutamente honrado, vale por eso oro puro,- yo no se lo prestaré
jamás.
¿Cómo, General, emprender misiones,
atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres
eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el
alma?-Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a
echar sobre mis hombros.
Y no me tenga a mal, General, que le
haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y merece Vd. que
se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Vd.,-y puede no llegar a
serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la
mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho
propio, sería la mayor ignominia.-Es verdad, Gral., que desde Honduras
me habían dicho que alrededor de Vd. se movían acaso intrigas, que
envenenaban, sin que Vd. lo sintiese, su corazón sencillo; que se
aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus hábitos para apartar
a Vd. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus labores
con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran
ofreciendo-a un engrandecimiento a que tiene Vd. derechos
naturales.-Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para
andar husmeando intrigas, ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo
eso. Yo no sirvo más que al deber, y con este, seré siempre bastante
poderoso.
¿Se ha acercado a V. alguien, Gral., con
un afecto más caluroso que aquel con que lo apreté en mis brazos desde
el primer día en que le vi? ¿Ha sentido Vd. en muchos esta fatal
abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase yo
de andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas
femeniles de hoy o esperanzas de mañana? Pues después de todo lo que he
escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,-a Vd., lleno de méritos,
creo que lo quiero:-a la guerra que en estos instantes me parece que,
por error de forma acaso, está V. representando,-no:-
Queda estimándole y sirviéndole
José Martí
New York, octubre 20, 1884.
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