Promover estos meneos sociales desde nuestro "cómodo exilio" es un arma de doble filo. Ya los cubanos, aunque sigamos con el mañido victimismo, saben muy bien lo que da ese desgobierno porque ellos lo sufren a diario. Creer que desde la cercana lejanía que nos impusieron vamos a dirigir cualquier maniobra dentro de Cuba es de una simpleza total. No hay probabilidad de enrutar una protesta masiva si el elemento humano indispensable no está en sintonía y hace muchos años, salvo contadísimas excepciones, que los cubanos viajan por una frecuencia de espera y pesimismo más que por el sueño de prosperidad a razón de sacrificios, esto es, rompiendo los moldes que les imponen desde el militarato castrista.
Socialmente hay dos maneras inequívocas en que los pueblos se rebelan. Conciencia plena del descalabro en que viven o sentirse a varios pasos de la muerte como sociedad. Sin embargo, hasta en estos supuestos encontramos los que jamás gritarán más alto que su estómago hambreado porque prefieren las cadenas de una marca conocida a los aires de libertad de una lucha que no quieren echar. Si a esto sumamos los supuestos disidentes devenidos en salvadores que medran en el lodazal buscando créditos y réditos a expensa de algunas palizas, los vividores y asaltantes de internet, plañideros y cocosecos que venden dramas y nalgas por recargas y patriotas por la FE (Familiares en el Extranjero), nos damos cuenta lo lejos que está Cuba de liberarse por manos de su propio pueblo.
Es imprescindible recordar las palabras del genial periodista Agustín Tamargo, en un artículo de la revista Bohemia, allá por 1956. Ya había comenzado la conjura para socavar el gobierno de Batista y se apeló a cualquier cosa para lograrlo. El final, ya lo sabemos. Pero lo dicho, aunque descolocado en su momento, es de poderosísima actualidad:
"El cubano ama mucho a su tierra pero no llega a concretar en forma militante ese cariño. Sabe que hay una cosa que es la música, otra que es el azúcar, otra que es el azul del cielo. Conoce la historia de la independencia, respeta a los veteranos, pone por todas partes -a veces donde no debe- retratos de Martí. Pero no se da cuenta que eso vienen a ser, visto con lógica social, la pura ornamentación del patriotismo. Hace falta una voluntad sin gestos, una acción sin palabrerías, que saque a Cuba de este pudridero y la convierta en la Nación que soñaron los fundadores."
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